viernes, 1 de mayo de 2009

Punto de encuentro


Se acercó al espejo ovalado del cuarto de baño y con el meñique de la mano izquierda perfiló su grueso labio inferior. Martina se había maquillado los párpados en unos brillantes tonos ocres; y el lagrimal y el arco debajo de la ceja en un tono hueso. Llevaba los labios pintados de rojo pasión, el cabello muy negro y suelto y la cara tan pálida como la luna llena que asomaba por detrás de los edificios más altos de la ciudad.
No, Martina no era guapa. Sin embargo, poseía esa clase de encanto que hace popular a una chica como ella, en el ambiente que solía frecuentar. Y eso, al fin y al cabo, es lo único que en realidad importaba. Era, como se suele decir, una simple criatura de la noche. Y en esta condición, algo aparentemente circunstancial según su criterio, radicó el inicio de su gran tragedia.
Comenzó en abril, a la luz de la luna. De repente y sin aviso.
Y es que, en el fondo, la vida tiene vaivenes como olas tiene el mar. Y unas veces se está arriba y otras abajo.
Martina había estado coqueteando con el espejo del cuarto de baño como le gustaba hacer. Había humedecido sus labios rojos con la punta de la lengua y ahuecado el cabello con ambas manos para apartarlo de su rostro maquillado. Con aire satisfecho, se miró de la cabeza a los pies y frunció los labios con un mohín provocador, replegando las cejas. Y entonces la vio por primera vez. Ahí mismo. Agazapada. Medio oculta. Esperando ser descubierta.
Martina, como dama de la noche, sabía perfectamente que llegaría a ocurrir… Pero confiaba en que fuera a suceder mucho más adelante… y de una forma más… digamos: elegante.
Le encantaba coquetear de madrugada con hombres adinerados, independientemente de buen o mal ver. Reír con ellos y jugar a sus juegos y dejarse obsequiar. Aceptar una invitación cualquiera, algo de compañía o un sencillo viaje. Por eso, cuando descubrió la pequeña arruga entre las cejas, su mundo se vino abajo y detrás, pensó, su vida entera. Aquella arruga en la frente, tal y como le había salido, confería a su rostro una expresión ciertamente adusta y preocupada, opuesta por completo al espíritu alegre, mundano e intrascendente que es prioritario exhibir en el ambiente nocturno al que se jactaba en pertenecer. Martina se hubiera podido morir allí mismo; desmayarse como poco delante del espejo, entre la pila y la ducha. Pero no hizo ni lo uno, ni lo otro. Se apoyó con fuerza en el lavabo, después en el toallero y luego en el pequeño mueble de acero inoxidable y metacrilato, donde guardaba todas sus cosas. Alcanzó la ventana con dificultad y la abrió de par en par. Se aflojó el fular de seda natural, acercó la cabeza y respiró cerrando los ojos y abriendo las aletas de la nariz.
La ciudad estaba ya efectuando el cambio. Unos de sus habitantes comenzaban a retirarse después del trabajo y otros iban terminando de acicalarse para la noche. Y una infinidad de luces, de distintos colores, iban apareciendo aleatoriamente en las fachadas de los edificios que Martina contemplaba desde la pequeña ventana rectangular de su cuarto de baño.


Él también salió como cada noche. Sin arreglarse siquiera. Con todo dispuesto. Siguiendo un instinto antiguo y rancio que guiaba sus actos y movimientos.
De alguna manera se sabía descendiente de todos aquellos que, siglos atrás, fueron siendo adiestrados para limpiar los campos de arroz y las acequias de las huertas. Cada noche, como antes hicieron sus padres y sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, despierta de su letargo diurno y extiende las alas negras, se descuelga, inicia el vuelo y sale a la calle.
Vuela raso.
Sabe lo que tiene que hacer y lo hace. Sin más. Sin darle vueltas.
Pero algo está cambiando y la ciudad ya no es la misma.
De generación en generación, él y los suyos han ido eliminando los insectos de los humedales donde crece el arroz y las huertas de alrededor. Pero... todo va cambiando muy deprisa y el agua escasea, los huertos desaparecen y las pocas acequias que aún se adentran en la ciudad fueron cubiertas hace tiempo.
Y luego están los estorninos que tomaron las calles del centro… y las campañas de desinsectación que emprende la concejalía de sanidad en cada nueva temporada…
Él se resiste a cambiar. No sabe hacerlo ni quiere hacerlo. En sus genes lleva impreso el recuerdo aprendido con el paso de los tiempos. Lleva muy adentro la esencia de campos verdes y albuferas, heráldicas blasonadas de nobles y leales tierras, y escudos seculares. Sin pretenderlo recuerda con cada nuevo aleteo viejas leyendas que cuentan antiguas historias, como la de aquel murciélago que llegó a enamorarse del dragón del yelmo del rey Don Jaime y que aún se puede ver en lo alto de la Señera...
Debería adaptarse y ceder... pero le cuesta...
El mes pasado, uno llegado del este le enseñó las maneras de otras tierras … pero él se niega a aceptarlo y a dejar de hacer lo que siempre ha hecho; como lo hicieron sus padres y sus abuelos y los abuelos de sus abuelos...
Pero… ¿cuanto podrá aguantar?


También a Martina le cuesta cambiar y adaptarse. Por eso, cada anochecer, después de levantarse y antes de salir, de nuevo, a la calle, se pasa un buen rato intentando ocultar la arruga del entrecejo que le salió el otro día.

Es tarde. Más tarde de lo habitual. La luna cubre las calles de un brillo especial.

Martina, resuelta, con un nuevo peinado y una greña cayéndole sobre los ojos que intenta ocultar su secreto, sale y camina con pasos largos y fuertes en medio de la calzada.
Está inquieta.
No sabe por qué.
Inspira.
Espira.
A lo lejos se oye una sirena.
Y unas luces intermitentes quiebran la luz de la noche.


Vuela raso.
Extiende las alas negras y las mueve con elegancia, arriba y abajo.
Otea.
Elige.
Se acerca.

Ataca.

Ella grita.
Y gimotea.
Se cubre la frente herida con la mano izquierda y se vuelve en medio de la calle.

Acelera el vuelo y se aleja.


Frunce el ceño.
Se queda quieta.

Suena una sirena.

Y la noche rota se tiñe de azul.

6 comentarios:

  1. Que historia Antonio....
    Besos
    Abulafia

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  2. Unas historias muy bonitas. Soy Un Gatito Lindo.

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  3. Me alegro que te gusten. Y que me estés leyendo.

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  4. Me voy despacio con muchas imagenes sugeridas exquisitamente por tus palabras tan bien combinadas.
    un saludo afectuoso

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  5. Gracias Lila, me gusta que este texto haya sido capaz de sugerirte imágenes y sensaciones.
    Un saludo

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