A punto de saltar, pienso en todas aquellas cosas que hago y
que me complican lo que podría ser una simple y sencilla existencia, una
existencia tan natural como la de
cualquier ser vivo que mata para comer y se tumba después al sol, con el
estómago lleno y satisfecho. Pero no puede ser. No puedo. Hay ese algo en mí
que me empuja y, simplemente, cedo, no lo rehúyo. Me dejo llevar, tomo impulso
y salto. Caigo y el viento frío de la mañana golpea mi cara y todo mi cuerpo. Inspiro
y vivo ese instante intenso, que sorprendentemente me parece eterno… hasta qué…
súbitamente tiro de la anilla. Y, al abrirse, el paracaídas tira de mí con
fuerza hacia arriba y me zarandea con violencia… ¿Y qué
sería de mi vida sin estas pequeñas maravillosas cosas que hago muy de vez en
cuando…?
sábado, 2 de junio de 2012
martes, 15 de mayo de 2012
Fue
Duró un instante. Pero iluminó sus ojos verdes con brillos
azules y sus mejillas se tiñeron de rojo. Fue fugaz. Una sensación, un impulso;
ni tan siquiera un pensamiento. Con la mano derecha cubrió su boca y fingió un leve
acceso de tos para esconderse de él. Bajó la mirada y acercó hasta el oído el regalo que él
le había dado unos pocos segundos antes. Lo agitó. Era liviano, ligeramente alargado, un pequeño paquete envuelto en
seda marrón y sujeto por un lazo de raso, amarillo, largo y ancho. Lo movió de nuevo. Hacia arriba y hacia abajo, en silencio. Y entonces volvió a ocurrir. Una idea, otro pálpito irrefrenable, un impulso. Dejó la caja sobre la mesilla de
cerezo que había junto al sillón en el que estaba sentada. Se levantó y fue hacia él, tanto se aproximó que le empujó hacia atrás y tuvo que abrazarla
para no caerse. Ella no dijo nada ni le dejó hablar a él. Le besó en los labios
con fuerza, con pasión y largamente; con la esperanza vana de hacerle olvidar y
que no le pidiese, ¿por qué no lo abres, amor?
jueves, 19 de abril de 2012
Sucederá
Cerré los ojos con fuerza y esperé a que ocurriera. Con los labios prietos y la mandíbula tensa, inspiré hondo, hinchando mis pulmones y mi alma a la espera del milagro. Como cuando era un niño. Como cuando por las noches venía mi padre y me decía que todo era posible con tan sólo desearlo de verdad, apretando fuerte los ojos y los puños. Y esperar. Aguanté la respiración y de pronto sentí una tibia brisa golpeándome la cara, aflojándome los labios. Fue una sensación intensa y breve, caliente y húmeda, tanto que no logré recordar desde cuando no sentía algo así. Sin pensar me dejé llevar y abrí los ojos con la esperanza de qué allí mismo, frente a mí... Pero no. La hoja de papel seguía donde la había dejado y tan blanca como la había visto justo antes de cerrar los ojos.
Cada día lo sigo intentando, deseándolo con mayor intensidad, con más ganas. Y cuando ocurra, porque no tengo dudas de que sucederá, me aproximaré suavemente a ti y en un susurro te contaré un cuento.
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