Duró un instante. Pero iluminó sus ojos verdes con brillos
azules y sus mejillas se tiñeron de rojo. Fue fugaz. Una sensación, un impulso;
ni tan siquiera un pensamiento. Con la mano derecha cubrió su boca y fingió un leve
acceso de tos para esconderse de él. Bajó la mirada y acercó hasta el oído el regalo que él
le había dado unos pocos segundos antes. Lo agitó. Era liviano, ligeramente alargado, un pequeño paquete envuelto en
seda marrón y sujeto por un lazo de raso, amarillo, largo y ancho. Lo movió de nuevo. Hacia arriba y hacia abajo, en silencio. Y entonces volvió a ocurrir. Una idea, otro pálpito irrefrenable, un impulso. Dejó la caja sobre la mesilla de
cerezo que había junto al sillón en el que estaba sentada. Se levantó y fue hacia él, tanto se aproximó que le empujó hacia atrás y tuvo que abrazarla
para no caerse. Ella no dijo nada ni le dejó hablar a él. Le besó en los labios
con fuerza, con pasión y largamente; con la esperanza vana de hacerle olvidar y
que no le pidiese, ¿por qué no lo abres, amor?
martes, 15 de mayo de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)