skip to main |
skip to sidebar
Cerré los ojos con fuerza y esperé a que ocurriera. Con los labios prietos
y la mandíbula tensa, inspiré hondo, hinchando mis pulmones y mi alma a la
espera del milagro. Como cuando era un niño. Como cuando por las noches venía mi padre y me decía que
todo era posible con tan sólo desearlo de verdad, apretando fuerte los ojos y los
puños. Y esperar. Aguanté la respiración y de pronto sentí una tibia brisa
golpeándome la cara, aflojándome los labios. Fue una sensación intensa y breve, caliente y húmeda, tanto que no logré recordar desde cuando no sentía algo así. Sin pensar me dejé llevar y abrí los ojos con la esperanza de
qué allí mismo, frente a mí... Pero no. La hoja de papel seguía donde la había
dejado y tan blanca como la había visto justo antes de cerrar los ojos.
Cada día lo sigo intentando, deseándolo con mayor intensidad, con
más ganas. Y cuando ocurra, porque no tengo dudas de que sucederá, me aproximaré suavemente a ti y en un susurro te
contaré un cuento.