jueves, 21 de mayo de 2009

Los jueves por la tarde


Como todos los jueves por la tarde, Miguel jugaba con su gata en el comedor de la hermosa casa. Con esa inocencia de la edad temprana, el crío atrapaba con fuerza la cola del felino entre sus manos y la lanzaba por los aires para verla caer sobre sus cuatro patas; aunque no siempre lo consiguiese. Grande era la paciencia del animal que soportaba, estoicamente, todos y cada uno de los excesos infantiles de un niño que tenían todos por bueno y agradable.
Como todos los jueves por la tarde, Miguelón, su tío, llegó más tarde que el resto de los días de la semana. Se detuvo en medio del pasillo y les miró desde la puerta. Le gustaba verlos jugar a los dos, gata y sobrino, en medio del gran salón comedor con el parquet arañado por el arrastre de las ruedas de los coches de Miguel, a los que solía dejar sin neumáticos. Sonrió y entró dando unos pasos largos. El chico le miró y la gata aprovechó el descuido para escapar, maullando, hacia el cercano bosquecillo que rodeaba la casa.

Como otras tantas tardes, Miguel y Miguelón jugarían juntos un rato antes de cenar.

“Algún día, Miguel, la gata te hará daño. ¡Es un animal hosco y de mal genio!”, le dijo cogiendo su carilla redondeada entre sus grandes manos, mirándole fijamente a los ojos.

Antes de que su tío le preguntase, como hacía casi todos días, acerca de los sueños que tuvo la noche anterior, Miguel, hincando las punteras de sus zapatos sobre los pies, los tobillos, las espinillas y las rodillas y los muslos de Miguelón, alcanzó su regazo, se sentó y le miró a los ojos con mirada chispeante y con un mohín picarón.

“Anoche, tío, soñé que iba por un bosque muy parecido al nuestro pero que estaba muy oscuro. Yo volvía solo del colegio por el pequeño sendero que bordea el río. La tía se había quedado en el mercado. Cada vez estaba más cansado y sentía hambre y sueño. Me costaba caminar por aquellos senderos empedrados y estrechos. Fue entonces, cuando a lo lejos, entre los árboles, en un claro del camino, vi una luz. Seguí caminando y llegué hasta una pequeña casa con las luces encendidas”, e iba alargando las palabras al hablar. “La casa era pequeña, de madera, con las paredes pintadas de amarillo y las cortinas a cuadros verdes y blancos. Al asomarme vi una chimenea humeante en el comedor. Me dirigí hacia la entrada. Al acercarme para llamar, me di cuenta de que la puerta estaba abierta y empujé. Entonces, sobre el sofá de rayas azules que había junto a la chimenea…”
“No me mires así”, cortó Miguelón con la voz quebrada y el labio inferior temblando. “No vayas a pensar mal”, dijo secándose el sudor de la frente con su mano ruda y ancha.” Te aseguro que yo no estaba haciendo nada malo en la casa del bosque con aquella mujer morena que no era tu tía”.

3 comentarios:

  1. Asrael Gargamel Y Los Pitufos25 de mayo de 2009, 17:08

    Un relato muy bonito... me encanta como escribes todos tus relatos... son muy bonitos...

    Un saludo y muchos besos de un gatito bonito.

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  2. Muy bonito.Me gusta el recorrido concreto y corto. MMM

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  3. Gracias, Margarida. Todo un lujo viniendo de ti.

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