martes, 3 de noviembre de 2009

quieta








Resultaba muy duro verla sentada en la mecedora junto a la ventana del cuarto de estar, esperando. Adelante y atrás. Atrás y adelante. Todas las mañanas y buena parte de cada tarde…
Cuando su nieto llegó del colegio se le acercó y se puso de rodillas frente a ella. La miró a los ojos sin tocarla ni decirle nada. La estuvo observando un buen rato. Alfonsina, entonces, se balanceó algo más deprisa y su rostro pareció perder la tensión por un instante. Aflojó las cejas y los labios. Incluso abrió el pequeño puño que tenía muy prieto y su mano abierta agarró, en silencio, el brazo del balancín de madera, en el que estaba sentada.
Pero no miró al muchacho. Su mirada, fija, permanecía muy lejos de aquella casa y de las gentes que la habitaban. Aunque eso a él no le importaba. Fue hasta la cocina, se preparó la merienda y volvió a la sala de estar. Puso la tele y se sentó en el suelo, encima de la alfombra. Detrás seguía escuchando el ir y venir monótono de la mecedora. Hacia atrás y hacia delante. Mordió el pan y un trozo de chocolate cayó sobre el suelo. Lo recogió y se lo metió en la boca a escondidas, después de mirar hacia atrás por encima del hombro.
Cuando acaben los dibujos irá a buscar la cartera y hará los deberes.
Y mañana, cuando regrese del colegio, se acercará hasta su abuela y la besará en la frente como lo hizo hoy al marcharse.
Como hará dentro de un rato, antes de acostarse.
¡Aunque no se lo diga, sabe que le mira por el rabillo del ojo!

3 comentarios:

  1. Abu, gracias por tu comentario. No sé que he hecho con él pero intentaré seguirlo al pié de la letra y escribir.

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  2. Es un relato precioso...

    Me encanta...

    Es muy emotivo...

    Sigue escribiendo asi de bien...

    Un saludo

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  3. Gracias, Asrael.
    Intentaré seguir haciéndolo...

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